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Erika G. Huacuz

Las mujeres tenemos claro que nuestro trabajo es en la gran mayoría de los casos, agotador. Ya sea que lo realicemos de manera formal y que se nos pague en salario y/o especie por nuestras horas de trabajo, o que lo realicemos en casa, cuidando y reproduciendo la vida en el más extenso uso de la palabra.

Sin embargo, la claridad acerca de la caracterización de la actividades que realizamos las  mujeres y a las cuales denominamos trabajo, nos aparece cotidianamente de forma poco clara, pues ¿realmente una deja de realizar trabajo doméstico en cuanto cruza la puerta de la casa? o a la inversa, ¿una olvida toda relación familiar que le represente tareas por hacer al entrar al centro de trabajo?.

La respuesta que seguramente nos aparece es inclusive obvia: las mujeres no podemos partirnos en dos. No es que seamos una en una esfera de la producción y otra totalmente distinta en otra, o que podamos separar, inclusive mentalmente, las tareas que representan uno u otro trabajo. Es por esto por lo que el tema de las dobles jornadas, aunque presente en la literatura feminista desde hace más de un siglo nos parece no sólo pertinente, si no que es de gran utilidad para la toma de conciencia y la lucha pro nuestros derechos.

Una sencilla caracterización nos plantearía que las mujeres desarrollamos una serie de tareas, que sí se pueden ordenar en dos si pensamos el objetivo para el cual se realizan. Así entenderíamos al trabajo doméstico y de cuidados como la infinidad de tareas cuyo objetivo es la reproducción de los núcleos familiares y está acotada al espacio privado (lavar, cocinar, ordenar, hacer las compras, cuidado de infantes y personas mayores y un largo etcétera); mientras que en contraparte tendríamos al trabajo asalariado, el cual correspondería a la realización de tareas desarrolladas para la producción de mercancías en el mercado y por el cual se recibe un pago en salario, especie o alguna otra forma de retribución económica. Cada uno de este conjunto de tareas requiere de tiempo, ya sea continuo o espaciado, para su realización, y es a esto a lo que se le denomina jornada laboral.

De esta forma se ha organizado el trabajo de la humanidad, a grades rasgos, desde el nacimiento del sistema capitalista hasta nuestros días y es por tanto la realidad en la que vivimos casi todas las mujeres de este planeta. Sin embargo, no debemos de pensar que dicha forma de organización ha sido estática durante todo ese tiempo, si no más bien ha adoptado diferentes formas y se ha venido moldeando a las necesidades del capital a través de diferentes reformas legales que han moldeado las características de los núcleos familiares y lo que “deben de percibir” a partir de su trabajo.

Esto queda claro cuando revisamos las estadísticas nacionales de cualquier país, en las que aún persisten clasificaciones mediante las cuales se identifica como principal unidad de producción y consumo a los hogares. Esto se nos muestra como un problema cuando vemos que desde finales de el siglo XIX hasta nuestros días se organiza el trabajo asalariado teniendo como base el supuesto del salario familiar (lo que hoy conocemos como salario mínimo), que para el caso de México se estipula como la cantidad que “deberá de ser suficiente para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia en orden materia, social y cultural”.

Este hecho tan normalizado esconde en sí la herencia maldita que tiene el capitalismo de tener como característica fundacional al patriarcado, ya que por una parte legitima la importancia fundamental del salario para los hogares y por otro lado oculta la dependencia de toda persona que no lo perciba dentro del núcleo familiar e invisibiliza todas las tareas que no se realicen con el fin de percibirlo a partir de negárseles la posibilidad de llamarlo “trabajo”. A esto es a lo que Silvia Federici denomina como “el patriarcado del salario”, concepto mediante el cual nos invita a que pongamos singular atención a los cambios y transformaciones sociales que se dieron lugar desde las etapas tempranas del desarrollo del sistema hasta nuestros días.

Este hecho fundacional del capitalismo, creó para la historia de la humanidad la organización de la desigualdad de vivimos hoy día, en la que los hombres al incorporarse mayoritariamente al trabajo asalariado y tener el poder del salario se convertían en los supervisores de los trabajos no pagados de las mujeres en los hogares, simulando la organización de una fábrica, fungían como capataces en su propio hogar teniendo la posibilidad (y hasta hace algunas décadas en la mayoría de los países del mundo) el derecho legal de disciplinar a través del ejercicio de la violencia a la parte no asalariada de la familia.

Así, cuando damos un vistazo a nuestra historia, queda aún más claro como esta construcción social que se mantiene hasta nuestros días permitió por un lado la existencia de trabajadores (hombres en su mayoría) pacificados con la promesa salarial y la “posesión” de servidumbre (mujeres e infancias en su mayoría) que mantuvieran la permanencia y la paz social; y por otro lado la posibilidad de que los trabajadores fueran más productivos en los centros de trabajo al contar con quien realizara el trabajo doméstico de manera gratuita en los hogares.

Bajo este escenario, podemos decir que ha sido la toma de consciencia asociada a los movimientos de mujeres, históricos y contemporáneos, lo que nos ha permitido plantear nuevas formas de organización social mediante las cuales la realización de trabajo reproductivo en los hogares no se traduzca en violencias. Propuestas como la exigencia de las tareas domésticas se asuman en conjunto en los hogares, u otras que plantean el reconocimiento legal de las jornadas laborales en los espacios privados y por tanto monetario a través del salario del trabajo doméstico, o la creación de sindicatos de protección a las trabajadoras han sido el resultado de años de lucha por cambiar el estado actual de las cosas que perpetúa las desigualdades entre hombres y mujeres.

Es aquí donde descansa la importancia, para todas las que nos organizamos, de la revisión constante las formas en las que se desarrolla el sistema, ya que sólo teniendo la claridad del aquí y el ahora, nos permitirá no solamente entender mejor cuáles son los mecanismos mediante los cuales las mujeres sufrimos de dobles jornadas laborales, si no de qué manera nuestro trabajo produce y reproduce todo en el mundo. Esta es una invitación a poner singular atención a los cambios y transformaciones sociales que se han dado y se dan a partir de la acción colectiva, de generar propuestas y de seguirnos organizando.

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