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Itzel Familiar García

Constantemente somos bombardeados por ideas preconcebidas de lo que debe ser el amor; el amor todo lo perdona, el amor todo lo soporta, el amor es paciente, el príncipe azul llegará en cualquier momento a sacarnos de nuestra aburrida rutina o quizá esa persona a la que acabamos de conocer hace cinco minutos, esa la que nos sonrío, aunque solo fuera por amabilidad, es el verdadero amor de nuestra vida y no debemos dejarla escapar, porque si se nos va, ¿cómo vamos a vivir sin ella?

            La vida se convierte en una constante búsqueda de esa media naranja que acabe con nuestras insatisfacciones, ese amor que cumpla con nuestras expectativas hooliwoodescas, esas en las que no importa que tan insoportable sea la otra persona, no importa que sea odiosa, a fin de cuentas, del odio al amor hay solo un paso, no importa de cuantas maneras pudo habernos lastimado, porque el amor siempre triunfa y el felices para siempre por fin será posible.

            Así el amor se vuelve una cuestión de sacrificio, sufrimiento, dependencia, abnegación, subordinación, entrega, poco amor propio, celos y mucha, mucha ceguera. Estos comportamientos que en realidad generan formas de relacionarse poco saludables, se idealizan hasta el punto de hacernos creer que cuando el amor es verdadero, no hay obstáculo que importe. Incluso cuando el comportamiento del otro es violento y pone en peligro la integridad de la pareja, persiste la idea de que el amor puede vencerlo todo.

            Nuria Varela afirma que “el amor es histórico y, además, siempre es simbólico. Existe como imaginario, como literatura, como ideología, como norma, como política y, sin embargo, seguimos entrando en él sin poner la razón”, continuamos reproduciendo ideas que nos han traído más fracasos que triunfos, más dolores que alegrías y seguimos perpetuando la idea de que así es el amor, no hay de otra.

             Son las nuevas generaciones, las y los adolescentes los más vulnerables ante este tipo de interpretaciones de lo que es el amor. Jóvenes que basan sus relaciones en una división desigual de género y en la exposición a una ideología romántica dominante que reproduce estas mismas desigualdades de género, ideologías que asimismo conllevan, según Saldívar Hernández, a “una idealización romántica de las relaciones de noviazgo en donde no puede existir el conflicto” (Saldívar Hernández, 2010, 53).

            Esta negación del conflicto, aumenta la posibilidad de reproducir conductas dañinas que pueden desembocar fácilmente en violencia; violencia en el noviazgo que va de la mano con la violencia de género, ya que como dijimos antes, las relaciones erótico – afectivas reproducen las desigualdades por causa de género.

            Lagarde define la violencia de género como “la violencia física o psicológica ejercida contra una persona sobre la base de su sexo; el termino hace referencia a aquel tipo de violencia que tiene sus raíces en las relaciones de género dominantes existentes en una sociedad” (Lagarde, 1998, 26).  La violencia de género comúnmente afecta más a las mujeres, quienes, afirma Lagarde (1998), “son más susceptibles a sufrir violencia por el simple hecho de ser mujeres”.

            En este contexto, el amor romántico o amor burgués, como lo llama Habermas en Historia y critica a la opinión pública, ha jugado un papel importante en la aparición de conductas que afectan particularmente el desarrollo y la vida de las mujeres. Al respecto Giddens (1998) plantea los nuevos significados de la infancia y la maternidad, la afectivización de las relaciones madre/ hijo – hija y el ámbito doméstico como lugar de las mujeres.

            Esto propicio que el amor romántico se identificará principalmente con la forma de amar de las mujeres, es decir el amor romántico se feminizó. Siguiendo con Guiddens las mujeres quedaron relegadas a conseguir su realización por vías del matrimonio y ahí en el ámbito doméstico tuvieron la oportunidad de hacer del amor una experiencia reflexiva, mientras que los varones, destinados al mundo público permanecieron ajenos a esta experiencia reflexiva del amor y al desarrollo de la vivencia de la intimidad. Además, para ellos el amor – pasión disociado del amor romántico quedó como ejercicio lícito fuera del vínculo matrimonial.

            Esta división entre el amor romántico y el amor pasión provoco la feminización del amor respetable, esta división tiene implicaciones que llegan hasta nuestros días, dentro de las desigualdades de género imperantes en las relaciones erótico – afectivas actuales se espera que las mujeres mantengan un comportamiento “decente”, el cual no se espera necesariamente cuando hablamos de los varones o no es juzgado socialmente de la misma manera. Es de todos conocido, por ejemplo, que mientras a una mujer se le exige fidelidad y la crítica social es fuerte cuando la incumple, el varón tiene más permisividad al respecto, se asocia el amor – pasión a una conducta meramente masculina que obedece a sus impulsos.

            Fue hasta el siglo XX, cuando se comenzaron a generar las condiciones para que algunas mujeres se individualizaran, una de las condiciones que permitió esto fue la posibilidad de poder separar el ejercicio de la sexualidad de la reproducción, en esto jugo un papel importante el surgimiento de los anticonceptivos farmacéuticos, el mayor acceso a la educación, más años de escolaridad, la incorporación de la mujer al ámbito laboral y la obtención de derechos ciudadanos.

            Es aquí, con la posibilidad de tomar decisiones sobre la maternidad y la conciencia de ser individuas dueñas de su conciencia, deseos y aspiraciones donde comienza a separarse el amor romántico de la división sexual del trabajo y del confinamiento al ámbito privado. Riquer señala que “de los años sesenta del siglo pasado, y hasta nuevo aviso, el amor romántico se fractura porque algunas mujeres empiezan a sentirse incómodas con la promesa de que su seguridad y su porvenir estarían garantizados con hacer suya la conciencia del otro, los deseos y los sueños de otros (Riquer, 2010).

            Esta vivencia que parte del ser mujer y de cómo lo llevamos a nuestra cotidianidad tiene una implicación en las vivencias masculinas, pese a que la experiencia de los hombres está poco documentada, Beck y Beck – Gernsheim (2001, p. 94) señalan que:

Como siguen manteniendo más poder, tienen más formas de escapar (…) lo cierto – afirman- es que a los hombres las nuevas señales les resultan irritantes y contradictorias, no encajan con las expectativas de su propia socialización y contienen, de forma abierta o encubierta, un ataque a su propia imagen de un hombre.

            Los análisis de la Enjuve 2005 y de la Endireh 2003 reflejan estadísticamente que, en ciertos sectores, principalmente en sectores de bajos recursos del ámbito urbano y rural, el incumplimiento de las obligaciones tradicionalmente asociadas a género, ellos de proveedores y ellas de amas de casa incrementan el conflicto y la violencia. El ejercicio de la violencia comúnmente se vuelve un instrumento de control y castigo para que las mujeres se queden en el lugar impuesto históricamente.

            Esto nos permite relacionar nuevamente la violencia de género con la violencia en el noviazgo, en este contexto de desigualdad estructural entre hombres y mujeres la violencia adquiere un significado diferente. Para Fernández Chagoya y Ayllón González (2014) “los hombres aprenden que con la violencia pueden someter y restablecer su jerarquía; las mujeres saben que con su violencia no pueden cambiar ese orden mayormente y, en cambio, saben que con la violencia que sufren pueden ser sometidas y puestas en su lugar”.

            Esto nos permite comprender, que, si bien los hombres también pueden sufrir violencia en el noviazgo, estadísticamente incluso es comparable la violencia que sufren hombres y mujeres durante la juventud, no conlleva las mismas implicaciones. Particularmente, cuando hablamos de violencia física, no se puede poner en un plano simétrico lo que experimentan hombres y mujeres.

            Castro y Frías (2010:33) plantean tres diferencias fundamentales: la primera, los daños a la salud siempre son mayores en las mujeres que en los hombres que sufren violencia de sus parejas; segunda razón, porque el significado de la violencia y la forma en la que está se conceptualiza difieren para hombres y mujeres en la relación de noviazgo; tercera, porque los “aprendizajes” que asimilan los varones y las mujeres de la violencia en la pareja son diametralmente diferentes, pues se orientan a consolidar a cada persona en su rol socialmente esperado: los hombres en su papel de agentes que ejercen y se benefician de la dominación, las mujeres en su papel de agentes sumisas y conformistas con la inequidad de género.

            Fernández Chagoya y Ayllón González (2014) plantean que “el significado del amor romántico se mitifica y se asocia a la atracción, pasión, emociones intensificadas y expectativas diferenciadas para mujeres y hombres. En las mujeres se asocia a la entrega total, anularse por el otro, a una relación de larga duración y aceptación incondicional de los hombres, por eso se pueden confundir los celos, el control y el dominio de él con expresiones de amor. Y en los hombres se asocia a poseer o sentirse dueños de las mujeres: ella le pertenece o a puro placer erótico.   

            El amor romántico propicia que la violencia se naturalice, la pensamos como parte de las relaciones sociales, particularmente como parte de las relaciones afectivas, y se generan mitos alrededor de ella que es indispensable detectar:

  • Las víctimas buscan la violencia.
  • Es la víctima la que provoca la agresión.
  • Solo algunos tipos de mujeres sufren violencia.
  •  Son comportamientos que no son dañinos, sino naturales en una relación de pareja.
  • El uso de alcohol y drogas es la causa de conductas violentas.
  • La violencia psicológica no es tan grave ni dañina como la violencia física.
  • La mujer maltratada siempre pude dejar al agresor.
  • Si te quiere te hará llorar.
  • Si no te cela, no te ama.
  • Te ama, así que va a cambiar.
  • Fue una perdida momentánea de control

Las ideas que tenemos de lo que es el amor difícilmente se acercan a lo que es amar; son reflejos de miedo, dependencia, falta de autoestima. No es amor. No es necesario poner a discusión constantemente lo que sí es amar, basta con detectar las conductas que nos dañan, esto es suficiente para empezar a generar formas más saludables de relacionarnos.

            El amor no es desigualdad de género ni roles impuestos que impidan nuestro pleno desarrollo como seres humanos. Es crecer y compartir con el otro.

            El amor no es entrega total, perdiéndonos en el trayecto a nosotros mismos, es mostrarnos tal cual somos.

            El amor no es una cuestión de celos e inseguridades que nos desgastan, es la seguridad de que en este momento de la vida queremos estar con esa persona. Después ¿Quién sabe?

            El amor no eterno, es establecer acuerdos y compromisos constantes que nos permitan tener una relación saludable.

            Los celos y la violencia no son amor, son patologías que deben de ser tratadas y esas patologías no se curan con las veces que cedemos para “evitar” problemas.

            Y sobre todo, el amor es parte importante de nuestras vidas, lo vamos a experimentar constantemente, puede ser maravilloso, pero no es un fin en si mismo. No es nuestra realización plena.

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