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Hace poco más de un siglo, Clara Zetkin comunista alemana, propuso durante un Congreso Internacional de Mujeres Socialistas que se estableciera el Día Internacional de la Mujer, con el objetivo de homenajear a aquellas que llevaron adelante las primeras acciones organizadas de mujeres trabajadoras contra la explotación capitalista, fecha que nos lleva el día de hoy a salir a las calles a manifestarnos.

Y es que el 8 de Marzo surge como la conjunción de la pertenencia de clase y de género, de la unión tanto de demandas laborales, como de aquellas que exigían el mejoramiento de las condiciones de vida de las mujeres de la clase obrera, que ante la desesperación y precariedad en la que vivían decidieron organizarse y luchar.

Junto con Clara, muchas mujeres que participan y se mantuvieron y mantienen vinculadas a las luchas obreras, mujeres en movimientos de reconocimiento sindical, por la obtención de derechos específicos de las trabajadoras, que luchaban por aquello que ahora denominamos “la eliminación de la brecha salarial”, en casi dos siglos ya han encontrado a lo largo de la historia al Marxismo como la ciencia que permite entender la realidad y actuar al respecto.

El Marxismo sienta las bases para transitar de un planteamiento utópico de la revolución a uno científico y da un impulso de gran importancia en la discusión sobre los alcances que la organización y la lucha tienen para lograr sus metas hacia la construcción de una sociedad más justa para toda la humanidad. La creación del materialismo histórico, como método científico para acercarnos al conocimiento de la realidad, del análisis vivo del aquí y del ahora.

Es recurrente que dentro de las organizaciones políticas y la académia se repitan (a veces sin mayor análisis) una serie de críticas de los feminismos hacia el marxismo y viceversa. Sin embargo, nosotras consideramos que es parte de un falso debate el que el feminismo se encuentre en constante desavenencia con el marxismo, y es que el feminismo tal como lo conocemos hoy en día, es el resultado del desarrollo teórico a lo largo del siglo veinte que intenta sintetizar las demandas políticas de las mujeres y que si bien es cierto que dentro de sus abigarradas propuestas existen una gran cantidad de “feminismos” existe una clara línea divisoria entre aquellos que se plantean como feminismos burgueses y aquellos que representan a la clase trabajadora. El desarrollo de los feminismos de clase se ha venido desarrollando a la par del desarrollo de la teoría marxista y han sido grandes personalidades de indistinto sexo las y los que han abonado a uno y otro, cristalizándose en una serie de corrientes y pensamientos al interior del movimiento de mujeres que han incentivado y enriquecido el debate actual.

Este falso debate, al que hacemos referencia, podría encontrar su origen en la ponderación de la importancia de los conceptos de la teoría marxista. El caso concreto del concepto de clase frente al de división del trabajo. Y es que, ya en los escritos de Marx encontramos las pautas que nos podrían haber llevado a la elección entre el desarrollo uno y u otro, sin embargo encontramos que el priorizar el desarrollo del concepto de clase ha tendido a achacar a la teoría marxista de cojear del pie que le permitiría analizar las condiciones específicas de las mujeres trabajadoras.

También es cierto que Marx no contempla en sus escritos el “genero” como una de las variables en el análisis debido a las limitaciones de la época (puesto que su desarrollo como concepto se populariza a partir de los años noventa del siglo pasado), en su desarrollo teórico existen otra serie de categorías aplicables a un contextos históricos específicos útiles para el análisis de la realidad y que se desarrollaron posteriormente a través de un ejército de teóricos revolucionarios que nutrieron y nutren la teoría marxista. Aquel Marx, que muchas veces se nos ha pintado como un ogro machista, no existe como teórico, fuera de las limitaciones del tiempo y de su educación propia de la época.  

El marxismo asume, desde sus orígenes, la lucha por la liberación de las mujeres, expone las raíces de su opresión, su relación con un sistema de producción basado en la propiedad privada y con una sociedad dividida entre la clase burguesa y la clase proletaria.

Es justamente a partir del Manifiesto Comunista, publicado en 1848 y escrito en colaboración cercana entre Marx y Engels, dnde se desarrolla cómo la clase dominante oprime a las mujeres, relegándolas a ciudadanas de segunda clase en la sociedad y dentro de la familia, cuestionando  la existencia misma de la familia burguesa:

Las declamaciones burguesas sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.

¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres! nos grita a coro toda la burguesía.

Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte con la socialización.

No sospecha que se trate precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción.

Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial de mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tiene la necesidad de introducir la comunidad de mujeres: casi siempre ha existido.

 (C. Marx y F. Engels, El Manifiesto Comunista. Madrid, Fundación Federico Engels, 1996, pág. 56).

El marxismo evidencia el papel de la familia en la sociedad de clases como un contrato económico, y su función primordial de mantener el capitalismo y la opresión de las mujeres. Punto en el que profundizaría posteriormente Engels, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, analizando el surgimiento de la opresión de las mujeres como el producto de la aparición de la sociedad de clases y de la familia nuclear, contribuyendo a la comprensión de la opresión de las mujeres.

Engels desarrolla y analiza los aspectos personales de la opresión de las mujeres dentro del marco familiar, incluyendo la degradación sufrida por las mujeres a manos de sus maridos, con un grado de desigualdad desconocida en las sociedades anteriores, calificando el surgimiento de la familia nuclear como “la derrota histórica del sexo femenino a nivel mundial”.

Además, sustenta explícitamente que la violencia y la violación contra las mujeres se iniciaron dentro de la familia, en sus mismos orígenes:

El hombre tomó el mando también en el hogar; la mujer fue degradada y reducida a la servidumbre; se convirtió en la esclava de su lujuria y en un mero instrumento para la producción de hijos. (…)Para asegurar la fidelidad de su mujer y por tanto, la paternidad de sus hijos, es entregada sin condiciones al poder del marido; si él la mata, solo está ejerciendo sus derechos”.

A partir del desarrollo de los medios de producción, la instauración de la monogamia y el surgimiento de la propiedad privada, se sentaron las bases para la generación de la división sexual del trabajo. Al respecto, Engels explica que el ideal de la familia monógama en la sociedad de clases se basa en una hipocresía fundamental. Pues desde sus inicios, la familia ha estado marcada por el carácter específico de la monogamia solo para la mujer, pero no para el hombre. Inclusive Marx en el primer tomo del capital, se aventura a describir el fenómeno en el cual, en determinado estadio del desarrollo del Capital, el obrero no se limita a vender su fuerza de trabajo como obrero libre, sino también el de su esposa e hijos.

Es por tanto que el planteamiento de la abolición de la propiedad privada y la reestructuración de los lazos que unen a la familia monogámica, proporcionan las bases materiales y llevan en su seno, la posibilidad de cumplir una de las propuestas feministas fundamentales, la división equitativa de las responsabilidades sociales que hoy recaen solamente y en su mayoría sobre las mujeres, como son, el cuidado de los niños, de los ancianos, de los enfermos. Que la alimentación, el vestuario, la educación, sean responsabilidad y trabajo de la sociedad.

En este sentido, El Manifiesto Comunista no sólo evidenció la opresión de las mujeres trabajadoras, además fue el llamado a la organización entre hombres y mujeres trabajadoras. Con palabras de Sharon Smith: “necesitamos, no solo una teoría marxista y feminista, sino también una práctica marxista y feminista (…) seremos más eficaces si no minimizamos los desafíos a los que nos enfrentamos en la lucha contra el sexismo, dentro de la clase obrera, si los reconocemos y, sobre estas bases, somos capaces de desarrollar una estrategia que tenga como objetivo movilizar al conjunto de la clase obrera para conseguir la liberación de la mujer.”

En la redacción del capital, en su tomo primero, Marx desarrolla de manera más profunda cómo es que la incorporación de la máquina y la consecuente descalificación de la mano de obra permitieron la incorporación de mujeres y niños al proceso de producción de mercancías:

La maquinaria, al hacer inútil la fuerza del músculo, permite emplear obreros sin fuerza muscular o sin desarrollo físico completo, que posean en cambio, una gran flexibilidad e sus miembros. El trabajo de la mujer y el niño fue, por tanto, el primer grito de la aplicación capitalista de la maquiaria. De este modo, aquel instrumento gigantesco creado para eliminar trabajo y obreros, se convertpua inmediatamente en medio de multiplicación del número de asalariados, colocando a todos los individuos de la familia obrera, sin distinción de edad ni sexo, bajo la dependencia inmediata del capital.

Este proceso nace desde los orígenes de la organización capitalista, sin embargo la forma en que el capital hace uso de la fuerza de trabajo femenina, tiene diferencias claras con las formas de explotación masculinas, ya que las mujeres y los niños se incorporan y salen del mercado de producción de manera generalizada y cíclica, sin embargo, hay que aclarar que siempre existe una proporción de este segmento de la producción en el mercado laboral, principalmente en aquellas ramas de la economía donde la explotación capitalista muestra su formas más crudas y bárbaras.

Así es como el marxismo nos da una de las claves fundamentales para entender la situación actual de las mujeres trabajadoras, y es que el Capitalismo se ha caracterizado desde su nacimiento por la entrada y salida de mano de obra femenina, como mecanismo predilecto para mantener el nivel de mano de obra según convenga. Recordemos los periodos de guerra y postguerra en donde el trabajo de mujeres fue requerido en un primer momento y posteriormente, cuando ya no existió la necesidad de su utilización, se desarrollaron una serie de campañas que exaltaban los valores familiares que invitaban a las mujeres al regreso a sus hogares, mecanismo que permitó extraer de manera masiva a las mujeres de los sectores industriales de producción. Posteriormente en la década de los 70’s con la crisis capitalista se presenta una incorporación de la mano de obra femenina a aquellos sectores de la producción más flexibilizados, fenómeno que describiría una vez más como es que el capital se beneficia de las características de la mano de obra femenina.

Este fenómeno se conoce como, la feminización del mercado laboral y es justo en el capital de Marx donde se dilucida como algo consustancial e inherente a la revolución industrial en Europa y por tanto existente en el corazón mismo del sistema capitalista. Otros fenómenos que atañen directamente al feminismo, también se encuentran presentes en el capital, como la doble jornada laboral, e inclusive la necesidad de la contratación del trabajo doméstico asalariado por miembros de la misma familia obrera:

Como en la familia hay ciertas funciones, por ejemplo la de atender y amamantar a los niños, que no pueden suprimirse radicalmente las madres confiscadas por el capital se ven obligadas en mayor o menor medida a alquilar obreras que las sustituyan. 

Así como estos fenómenos, podríamos incluir otros más, por lo que nos queda claro que existen dentro de los textos de Marx, así como en el posterior desarrollo de la teoría marxista, las bases para el análisis del papel que jugamos las mujeres dentro del sistema capitalista. La tarea que nos queda hoy las y los marxistas es releer y analizar a la luz de nuestro aquí y ahora los textos clásicos desde la perspectiva del feminismo y que estos sirvan para marcar el camino por el cual transitar en la lucha por la emancipación de la clase trabajadora.

Esta tarea será ardua, pero no nos queda más que emprenderla tomando en cuenta todas sus aristas, la crítica al llamado “orden natural de las cosas” que nos hace reflexionar acerca de que la desigualdad entre hombres y mujeres, no desaparece automáticamente y no es suficiente poner fin a la propiedad privada de los medios de producción e incorporar a todas las mujeres al trabajo “productivo”, sino que es necesario también construir una nueva forma de entender las relaciones entre los sexos, basada en la camaradería y la solidaridad.

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